"Bienaventurados (felices) los mansos, porque ellos heredarán la tierra"
Hay personas conocidas como mansas por una predisposición natural, que responde a diversos factores.
Por lo general, se trata de personas buenas, pero los mansos a quienes Jesús se refiere como bienaventurados y le confiere una futura autoridad en la tierra,
no son precisamente esas personas, sino los que alcanzan esa virtud mediante
la obra del Espíritu Santo en sus vidas.
Como ayuda memoria enumeramos algunas características de tal persona:
es apacible, sereno, dócil, suave, reposado, calmo, no piensa en la venganza,
no vive a la defensiva ni a la ofensiva sino que vive en paz porque la paz de Dios está en él.
El manso no es susceptible a lo que digan de él, ni de su reputación, y si son afectados sus intereses posee una riqueza espiritual que lo hace invulnerable
a toda maledicencia; no necesita protegerse porque sabe que es protegido por Dios.
El manso no es un débil que soporta todo por su flaqueza, sino que es alguien con convicciones firmes, fortaleza de carácter y temperamento bajo el control de una personalidad forjada por Dios.
La mansedumbre sólo es compatible con la fortaleza; todos los mártires cristianos fueron mansos, pero para nada débiles.
Estos son los verdaderos felices, y serán dueños de la tierra porque por la
gracia de Dios llegaron a ser dueños de sus reacciones.
Nadie puede llegar a ser manso, si primero no se reconoció un "pobre en espíritu" y "lloró" a causa de su condición pecadora.
Si Ud. desea ser uno de esos mansos, escuche la invitación de Jesús
"Venid a mí todos los que estáis cansados y trabajados que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón..." (Mateo 11:28-29)
Enos Serra
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