"Bienaventurados (felices) los de corazón limpio  
porque  
ellos verán a Dios" (Mateo 5:8)

En las Sagradas Escrituras el "corazón" es el equivalente a la personalidad humana englobando las áreas de las emociones, de la voluntad y de la mente.

La condición requerida para recuperar la comunión con Dios, y en
consecuencia experimentar la felicidad genuina y perdurable, es la pureza de nuestras actitudes, intenciones y emociones.

Analizando en la intimidad de nuestro ser la condición de nuestro "corazón" con toda sinceridad, debemos admitir que hay algunas impurezas en nuestra mente, afectos y voluntad.

Estas impurezas (pecado) son las que impiden la felicidad del hombre porque constituyen una ofensa en primer lugar a Dios, nuestro Señor y Hacedor; a nuestros semejantes a quienes debemos amar como a nosotros mismos; y por último
a nosotros mismos porque destruyen nuestra autoestima.

Pero lo más dramático es que estas impurezas eliminan toda posibilidad del encuentro con Dios ya que ninguna impureza tiene acceso a su presencia.

¿Entonces como podemos liberarnos de la contaminación de nuestro corazón
y gozar de esta bienaventuranza?

"La sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado", Juan 1:7-10.

Esta es la solución única pero infalible, la eternidad depende de la decisión
que tome.

                                       

                       

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